sábado, 7 de marzo de 2015

Sabina y Serrat: un viaje por América en una noche

Sabina y Serrat son dos viejos conocidos de la música y de la cultura hispana. Dos genios que he ido conociendo en diferentes tiempos: uno me acompañó en la universidad y al otro lo descubrí después.
Una de las ventajas del insomnio, una vez asumida la angustia y culpa de no poder dormir, es tener tiempo para “perder”. Y sí, va en comillas, porque el documental Serrat y Sabina: el símbolo y el cuate ha sido una deliciosa forma de disfrutar esta madrugada de verano.

El film de Francesc Relea es un viaje por América. La gira que realizaron juntos en 2013 los llevó por ciudades como Ciudad de México, Buenos Aires, Rosario, Lima, Santiago y Montevideo. Una gira, para muchos tal vez la última, que permite asimilar la importancia de estos dos tíos en la historia cultural de cada país, un continente que ha vivido muchos cambios y que tiene en común mucho más que solo el idioma.

Así, Serrat nos cuenta de su tiempo como exiliado en México, de su impedimento de ingreso a Chile durante la dictadura y de su influencia en los cambios políticos de una convulsionada Argentina. Sabina nos recuerda su imagen de chico malo y revolucionario que con su poesía sedujo a diversas generaciones de una América llena de conflictos políticos y revoluciones culturales.
También nos hablan de literatura, de poesía y de política. Sabina nos recita versos de Vallejo. Serrat saluda con efusividad a Estela de Carlotto. Nos invitan a cenar y a compartir el asado en compañía de periodistas, escritores y actores. No exagero cuando digo que he podido saborear el vino tinto que servía Ricardo Darín mientras me deleitaba con las historias que contaba Eduardo Galeano en su acogedora casa de Montevideo.

En cada ciudad hay emoción, camaradería, familiaridad, sonrisas, abrazos y besos. Hay historias y sensaciones que demuestran la grandeza del arte, la importancia de la experiencia, y las ganas de disfrutar la vida. Estoy convencida de que este par de locos tenían que estar en el lugar y momento justo, el tiempo suficiente para ser responsables de un cambio.

Cambio que debe partir de cada ciudadano. Cada uno de nosotros construye un país. Este film es un rápido resumen de la marea política, social y cultural que vivió América en décadas pasadas. Y cómo eso dejó huella en las siguientes generaciones.

Sin embargo, como peruana, me queda una extraña sensación. Sospecho que somos un pueblo que aún no despierta. O que despertó en los ochenta y noventa, pero que ahora se adormece. Vivimos rodeados y regodeados de nuestra propia miseria cultural, política y económica. Al igual que Argentina y Chile, hemos vivido dictaduras militares y tiránicas, violencia y crisis. Y sin embargo, hemos aprendido y crecido poco. La amnesia nos consume y aún no nos levantamos con coherencia, con fuerza, con racionalidad, con argumentos, con pasión, con inteligencia. Perdemos tiempo en discusiones y temas sin sentido que solo adormecen nuestro cerebro. Tenemos tanto pasado y estamos construyendo tan poco futuro.

No es necesario ser artista para crear impacto en una sociedad. Sabina y Serrat, más que compositores y cantantes, son apasionados de la vida, son parte de una generación que no se rindió, que sufrió y luchó, que no se quedó callada y que siempre buscó más. Porque siempre hay más. Porque como dice Serrat, el camino se hace al andar. Y para eso, hay que movernos.





martes, 10 de febrero de 2015

Ilusión


Uma vez eu tive uma ilusão
E não soube o que fazer
Não soube o que fazer
Com ela
Não soube o que fazer
E ela se foi
Porque eu a deixei
Por que eu a deixei?
Não sei
Eu só sei que ela se foi

(Marisa Monte)


No supe qué hacer... Y se fue.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Planificando

¿Por qué te vi triste en mis sueños?

No me gusta verte así.

¿O tal vez era un reflejo de mi propia añoranza?

Una fecha más que celebrar. Un día y un año más.
La misma casa y la misma gente. Casa que hoy es diferente y gente que hoy casi no veo.
Todos alrededor caminan presurosos, ansiosos de vivir el feriado.
Tú, como siempre, pendiente de los demás.
Pendiente de la cocina, de la mesa, del desayuno y de los detalles.
Pendiente de la ropa por tender, de los muebles por limpiar, de la sala por barrer. Qué alegría vivir luego la etapa en la que eso ya no te importó más. 

Todos corriendo y haciendo planes que no te entusiasman. Y a ti te gustaba celebrar las fechas importantes, entonces ¿por qué te veo triste? Y no te pregunto. Como suelo hacer, me quedo en silencio y asumo que estás cansada. O fastidiada porque no te estoy ayudando. Lo siento, nunca me gustó tanto el ruido o las atenciones. Igual quiero abrazarte, quiero besarte. Y no lo hago. Pienso que debe ser la fecha. Tal vez la añoranza también. Sé que extrañas a la abuela, sobre todo cuando a alguien se le ocurre poner la bendita canción de Juan Gabriel. Siempre la extrañas en las fechas importantes. Por eso detesto tanto las etiquetas. Es solo un día más. No debería significar nada. Todos los días se debe celebrar, todos los días son importantes, no solo uno. Detesto verte así en los feriados. Entonces decido que no me gustan las fechas conmemorativas.

Te miro de reojo mientras estiras las sábanas blancas recién lavadas. Tal vez es eso. ¿Quién puede celebrar algo si tiene que estar atiendo a los demás? Todos tienen algo que pedirte. Todos quieren algo de ti. Es la carga que te da ser la columna sobre la que se sostiene una gran familia. ¿Cómo lo manejaba la abuela? Ella sí que era toda una matriarca. Y cuando ya no estuvo, todos vieron en ti a la abuela. Todos se refugiaron en tu entereza, en tu calor, en tu firmeza. Pocos te vieron llorar. Ahora sé que no eras tan dura como querías hacernos creer.

Creo que tanto tiempo sin ver tu sonrisa me perturba.
Finalmente me acerco y te pregunto.
"Prefiriría estar lejos. Pasar el día solo con ustedes", me dices. 
"Tranquila, el próximo año así será. Compraremos pasajes con anticipación. Yo pediré días libres. Mi hermano igual. Nos iremos unos tres o cuatro días, que incluya este. Así no tienes que preparar nada. Solo nosotros. Podemos ir a dónde quieras, ¿te parece?"
Me miras y me sonríes. Pero sigue siendo una sonrisa triste. Tus ojos no brillan.
"Estupendo". Y no te oigo convencida. Pero yo me quedo feliz.

Y enconces te dejo que continúes con las sábanas y corro a buscar a mi hermano.
Le cuento mis planes y lo entusiasmo.
Él  me da ideas, y las apunto mentalmente. 
"Esto será divertido"
Ya quiero que acabe este día y que se vayan todos. Tal vez se abruma con tanta gente y por eso no sonríe. Ya quiero que sea lunes. Y que pase pronto el año para empezar a planificar. Tal vez ella se quedó triste porque no me creyó. Porque muchas veces le ofecí lo mismo y nunca lo hice. Siempre el trabajo, o el dinero, o los amigos. "Esta vez sí iremos, ya verás".
Entonces caigo en cuenta que es diciembre. No tengo que esperar tanto. El día de las madres todavía es en mayo. 

No sé cómo, de pronto estoy en el aeropuerto. Ya que estoy acá aprovecharé en comprar pasajes. Cuatro días en Puerto Maldonado me parece una buena opción. Hace tiempo que no ves a mi tía y sé que la extrañas.

Quiero ver opciones. Quiero ver precios. Quiero ver fechas.
"¿Cuántas personas?"
"Tres. Mi madre, mi hermano y yo"
Y entonces la vendedora me mira, con tristeza y pena. Detesto que me miren así. Yo frunzo el ceño. "¿Y a esta qué le pasa?", pienso.
"¿Esta segura?"
"Bueno, puede ser el norte también, a mamá le agradaría el sol. O la sierra, siempre le ha gustado más la comida de tierras secas. ¿Qué paquetes tienes?

La mujer me sigue mirando y yo me sigo incomodando. Entonces volteo y todos alrededor me observan. Algunos susurran y me miran con ojos de compasión forzada. Algunos hasta me regalan una sonrisa que me fastidia. ¿Y a estos qué carajos les pasa?!

Volteo nuevamente y veo a la counter sostener unos dibujos en la mano. Me parecen familiares y me comenta que son de clientes que han comprado paquetes familiares y les dejaron los retratos hechos por los niños. Los miro y me parece reconocerlos. Se parece a los dibujos que mamá guardaba de nosotros. Todo guardaba de nosotros. Y recuerdo que hace poco encontré algunos en uno de sus cajones.

Y entonces recién caigo en cuenta. Recién entiendo las miradas. Recién entiendo por qué la counter me mira asintiendo con la cabeza. Me devuelve mi tarjeta de crédito y me voy.

No es que no tenga los días. No es que no tenga el destino definitivo. Es que ya no te tengo a ti. Es que ya no hay próximo año ni próxima fecha.

Y lo había olvidado.

Entonces despierto. Con la terrible sensación de que no estás. Y ya no debo planear nada más.

Vamos, no estés triste. Tu sonrisa es lo más hermoso que recuerdo de ti. Y lo que más extraño.


martes, 12 de agosto de 2014

Desayuno

La melodía del celular empieza a sonar y el sobresalto la sacude. Con los ojos cerrados, piensa que debe apagar el timbre del despertador antes de lanzarlo por la ventana. Lentamente estira la mano hasta la mesita, coge el teléfono y apaga el molesto ruido.
Refunfuña un poco. Otra vez no sabe en qué terminará el sueño. De todas maneras no lo recodará, así que desiste de la idea de volver a dormir.
Una nueva mañana, un nuevo día, con muchas cosas que hacer. A pesar del frío, se levanta con algo de pereza. Y recuerda que hoy está sola. Qué dicha. No hay ruido.
Completamente  despeinada, se coloca las pantuflas y va al baño. Los dientes, la cara y un poco el cabello, el aseo básico para estar en casa.
Decide que es hora de desayunar. Ya la tienen cansada con el asunto de "no estás comiendo". El espejo podría contradecir esa teoría.
Cocina. Es un buen lugar, es cálido, acogedor, limpio. Esta casi como ella lo dejó, pero con nuevos detalles. Ahora, la siente más personal. Es su cocina. Prende la pequeña radio con USB que tiene y la música inunda la habitación.
Abre la refrigeradora y descubre una apetitosa papaya. "Hace tiempo que no como papaya". Y hace tiempo que no usa la licuadora. Los desayunos han sido diferentes en las últimas semanas. Corta la papaya y coloca los trozos en la licuadora. Sin azúcar, nuevamente, el asunto de la balanza.
La cafetera italiana nueva está esperando. Nada mejor que el café recién pasado. La desarma y vuelve a armar, lista para colocarla sobre la hornilla.
Aún falta el asunto del acompañamiento. Algo qué mordisquear. En la tienda de la esquina está la solución. Unos gramos de queso fresco y un par de panes baguetino. Eso servirá y será más que suficiente. 
Regresa a casa, a la cocina y prepara la mesa. Coloca el queso en un platito de porcelana que le recuerda a ella, porque también era de la abuela. Sonríe un poco. Los panes van al pequeño horno eléctrico, aquel que canjearon por puntos juntas en un centro comercial. De pronto, recuerda la licuadora y la enciende. El jugo está listo para servir, pero no encuentra su vaso grande de Disney, aquel que ella le regaló una mañana y que a partir de ahí se convirtió en su vaso favorito. "¿Dónde está?". La busca por toda la cocina, ese vaso no se puede perder. Luego de unos minutos y una ligera angustia, lo encuentra y respira tranquila. 
El café ya está listo. Busca la taza de porcelana con filos dorados, muy elegante, usada solo para ocasiones especiales. Qué más especial que tomar café cubano recién pasado una mañana de invierno. Coloca la taza sobre el plato, igual de elegante y sirve el café humeante. Se toma unos segundos para disfrutar del olor del café. Eso también lo aprendió de ella. Echa una cucharadita de azúcar y remueve sin prisa.
Todo listo. El jugo. El pan baguetino tostado con queso fresco. El café recién pasado. Acomoda los platos, la cucharita, la servilleta. Solo faltan flores para que esa mesa de desayuno parezca una pintura, un bodegón tal vez. La música sigue sonando, ahora canta Bosé y todo se ve perfecto.
Se detiene, observa con orgullo la mesa, se sienta y decide disfrutar su desayuno. Aún cuando descubre una lágrima que recorre su mejilla y esquiva su mirada a la silla de la derecha. Aquella silla que está vacía desde hace un año. Y la recordó. Como hace casi todos los días. Como lo hizo esa mañana mientras preparaba su desayuno. La recordó a su lado, tomando el mismo desayuno. Con su hermosa sonrisa, sus ojos negros cansados, y sus manos ligeramente temblorosas. La recordó y, entre lágrimas, le sonrió. "¿Desayunamos?". Y mientras sorbía su delicioso café, puede jurar que escuchó un susurro, muy quedito, que le decía "Claro que sí, mi niña". 

Y desayunaron juntas, otra vez.


martes, 22 de julio de 2014

Mi complejo de búho


Sigo desarrollando el complejo de búho. Un diagnóstico con el que, confieso, me siento muy cómoda, especialmente desde que no tengo necesidad de levantarme extremadamente temprano. Y es que había olvidado cuánto me gusta la noche. Había olvidado que después de las once, todo puede ser mejor. Por la noche hay menos ruido, menos presión, no hay interrupciones, ni obligaciones.
La noche es ideal para leer una novela pendiente, abrir y hojear el último libro adquirido en alguna feria o sortear algunos poemas de Benedetti (hay libros a los que necesitamos volver de vez en cuando).
Es ideal para escribir, en un cuaderno o en la portátil, en lo que sea y lo que venga, todo vale cuando se trata de expresar, y si las palabras cobran vida, quien soy yo para reprimirlas.
Es genial para ver vídeos en youtube, ya sea los últimos conciertos de Coldplay, los capítulos perdidos de Cold Case o aquella película francesa que nunca llegó a la cartelera limeña, pero que mucha gente comenta.
El silencio de la noche lo puedo llenar con música, ¡y qué placer poder escuchar cada timbre de voz o cada instrumento con nitidez y calma! Un concierto íntimo, privado, personalizado.
Y cuando la realidad lo exige, la comodidad de la noche también me permite trabajar, me ayuda a estudiar, aún con presión. Todo fluye más, todo es más sensorial, me siento más conectada, creativa y motivada.
Como la noche pasa lenta, entonces hay más tiempo. Los minutos se hacen más largos y eso, en nuestros tiempos, es una tremenda bendición. Puedo darme el lujo de perder tiempo, viendo una ridícula película de pirañas, leyendo un cómic online, o descargando música italiana con la intención de familiarizarme con el idioma. Simplezas, a veces, necesarias. Si supero el umbral de sueño, puedo ver el amanecer, con culpa y con angustia, con la firme certeza de que el día que viene se convertirá en una tortura que combatiré con varias tazas de café.

La noche es fascinante y permisiva, mis pensamientos salen y ella los escucha. No juzga, no le importa si soy buena o mala, las ideas van y vienen, algunas más trascendentales que otras, algunas simplemente inútiles pero divertidas. La complicidad de la noche me permite soñar, me deja hacer y deshacer, me da poder y me hace creer que todo lo puedo.

Mi complejo de búho me regala lucidez, comodidad, paciencia, silencio y soledad. Y aunque tanta soledad no es buena, por la noche, esta soledad se convierte en la mejor de las compañías. Y hasta en absoluta libertad.